Wednesday, March 25, 2020

PRIVILEGIO




Privilegio es:

a)     El nombre del nuevo perfume de Antonio Banderas
b)    Algo que la primera dama de Chile piensa que tendrá que compartir
c)     El titulo de mi próxima novela
d)    Todas las anteriores


Privilegio, por cierto, se ha convertido en una palabra sucia en el último tiempo, un insulto lanzado de Santiago a Jaipur a cualquiera que tenga un techo sobre su cabeza, agua potable y haya leído en su vida algo que vaya mas allá de 50 Sombras de Grey.

A diferencia de lo que sucedía hasta hace un tiempo, ahora nadie quiere parecer privilegiado. Nadie hace alarde de que compró un helicóptero o que prepara su café todas las mañanas en una Nespresso igual a la de George Clooney. Todo lo contrario, lo que se usa ahora es llorar pobreza en público o, al menos en Twitter, donde la cadena de lamentos financieros es interminable. No queda mas que ponerse a la cola.

Igual que tantas cosas que aprendí en mi niñez y adolescencia, supe por primera vez de privilegios frente a una pantalla de televisión. Eran los ’70, y “Muchacha Italiana viene a Casarse” era la teleserie del momento, una producción mexicana protagonizada por Angélica María y Ricardo Blume.

Salvo el inevitable romance entre una mujer pobre y un hombre rico- el pan de cada día de las teleseries latinoamericanas de la época-, “Muchacha Italiana...” fue radical en su manera de dar vuelta completamente el universo geo político y social que todos conocíamos. El personaje pobre e inmigrante venia de Europa a México, no al revés, y los mexicanos vivían como europeos, en unas casonas repletas de antigüedades y sirvientes, tratando al resto como si la esclavitud fuera legal.

Aparte de Angélica María como Valeria Donatti, la italiana en busca de marido, y Ricardo Blume como Juan Francisco de Castro, el heredero mexicano romántico y atormentado, hubo otros dos personajes que quedaron para siempre guardados en mi memoria, ambos parte del clan de “los de Castro”: la abuela Mercedes de Castro, una matriarca del terror vestida de negro y armada con bastón que usaba como garrote, y “la loca Helena”, desquiciada asesina que, cuchillo en mano, repetía en cada capitulo que “los de Castro no sabemos nada”.


Mis sueños de visitar algún día casas tan deslumbrantes como la de los de Castro se hicieron realidad años mas tarde, cuando comencé a trabajar como periodista de revistas “couché” primero en Chile y luego en Nueva York. Reinaldo Herrera me recibió en el salón color frambuesa del townhouse que comparte con su mujer Carolina Herrera, en el Upper East Side. Una tarde tomé vodka & tonics en goblets de plata con el joyero Kenneth Jay Lane en una habitación repleta de libros y pinturas en uno de los edificios más hermosos de Park Avenue. Nan Kempner me concedió una entrevista en la salita de su casa, decorada con docenas de chimpancés de porcelana en trajes de lacayo del siglo 18. Y la multimillonaria Susan Guttfreund me recibió en un palacete con vistas al Central Park, no muy lejos del departamento de Leonard Lauder, donde bebí cocktails rodeado de Braques y Picassos, en una habitación verde que algún día perteneció a Consuelo Vanderbilt.


Cualquiera que me conozca sabrá que no tengo ningún problema con la idea del privilegio. Si fuera por mi, viviría una de esas fiestas de alta sociedad de los musicales de los años 40, con Frad Astaire y Ginger Rogers en la pista de baile y Gary Cooper apoyado en una columna fumando y vestido en smoking.

Pero el privilegio que siempre me fascinó no tenia que ver solo con dinero, sino con viajes a lugares exóticos, bellísimas pinturas, bibliotecas repletas de libros y con una gran chimenea, conversaciones educadas e interesantes, y, sobre todo, con cierta civilidad y elegancia de pensar. El privilegio de una discusión entre William F. Buckley y Gore Vidal. El privilegio de Lee Radziwill almorzando con Truman Capote en The Colony. El privilegio de Marella y Gianni Agnelli cuidando cada detalle de sus preciosas casas, cada árbol, cada puerta, cada sábana. El privilegio de los Kennedy jugando rugby en familia en los jardines de Hyannis Port.

En algún momento, quién sabe por qué, el privilegio comenzó a desligarse de cualquier responsabilidad que pudiera haber tenido en el pasado. Ser hizo egoísta y vulgar. Se hizo Trump. Se hizo Kardashian. Se convirtió en una conversación constante de dinero, quién lo tiene y quién no, que cuánto cuesta esto o el otro, que quién tiene la casa más grande, el auto más caro, la reja más alta.

Poder cerrar los ojos y los oídos a esa conversación absurda es, si me preguntan a mi, un verdadero privilegio.



Tuesday, March 24, 2020

DAPHNE GUINNESS




Comienzo este nuevo blog con Daphne Guinness, por supuesto. ¿Cómo podía ser de otra manera? Vivimos en cuarentena, hay una epidemia pandémica o como sea que se llame la plaga bíblica que estamos viviendo, la economía colapsa, hasta los gobiernos más liberales imponen reglas que ni siquiera Kim Jong Un se hubiera atrevido a aplicar hace un mes, y, al menos en Estados Unidos, es imposible encontrar papel higiénico.

¿Qué hacer en una situación como esta? Buscar la luz en los mas iluminados, y si de iluminados se trata, Daphne, nuestra querida Daphne, es una ampolleta de 6000 megawatts montada en tacos de 25 centímetros; un faro que indica el camino a seguir.

Su sabiduría, claro, va mucho más allá de los actuales cataclismos. Su vida entera ha sido una carrera de obstáculos, aunque ha estado siempre protegida por una delicada capa hidratante de dinero, clase y privilegio que ha hecho las cosas mucho mas digeribles.

Partamos por el principio, que es como deben partir siempre estas historias.
Daphne es hija del Barón Jonathan Guinness y su segunda mujer, Suzanne Lisney. Su abuela Diana era de una de las fabulosas hermanas Mitford (si no sabe quienes son, abandone de inmediato este blog, edúquese, y vuelva cuando haya aprendido los básicos), que después de separarse del abuelo de Daphne, Bryan Guinness, se casó con Sir Oswald Mosley, quien aparte de ser un distinguido barón, era también un recalcitrante fascista, líder de la Unión Británica del Fascismo.

Daphne nunca se enteró de este último detalle. O al menos eso dijo en una entrevista con la BBC poco después de la muerte de su padrastro. Quizás, como hubiera hecho cualquiera en su lugar, lo bloqueó de su mente. En cambio, se enfocó en aspectos mas amables de su niñez y adolescencia, como las casas de campo en Inglaterra e Irlanda donde pasó largo tiempo, o sus alegres veranos en otra de las propiedades familiares: un ex monasterio del siglo 18 en Cadaqués donde tenía como vecinos a Dalí y Man Ray.

Cualquiera que vea una foto de Daphne en su juventud, no la reconocerá. Ahí está, por ejemplo, a los 19, contrayendo matrimonio con Spyros Niarchos, heredero de la fortuna naviera griega, megamultitrillonario, y 12 años mayor que ella.  En las imágenes de la ceremonia ella se ve como el tipo de mujer que los ingleses, con increíble generosidad e irrefutable patriotismo, llaman “english rose”: pálida, de aspecto modesto, y algo tímida, como la prima aburrida de la princesa Diana.

Lo que vino hacia adelante fue un martirio de viajes entre las numerosas casas de la pareja- New York, St. Moritz, las islas griegas- a menudo en el jet privado o el gigantesco yate de Spyros, seguidos por un ejército de mayordomos, asistentes, mucamas y guardaespaldas. En un artículo en W, una de las amigas de Daphne describió su vida entonces como “una jaula Farbergé”.

Podría ser peor, pensará usted.

Y claro que fue peor, porque el griego la trató como una pertenencia, un objeto de lujo, una Barbie de edición limitada, mostrándose posesivo y violentamente celoso.  Así como los libros fueron su escapatoria en su niñez, Daphne encontró cierto consuelo en la ropa. “Compre montones”, reconoció en W.

En 1999 llegó inevitablemente el divorcio, y Daphne abandonó la jaula Fabergé con tres niños, 40 millones de dólares y un envidiable closet que apenas cupo en su nueva casa de 800 metros cuadrados en Londres.

De ahí en adelante vivió una impresionante transformación. Su estilo se fue haciendo cada vez más dramático y exagerado, en parte gracias a la colaboración de dos extraordinarios creadores, Alexander McQueen y el sombrerero Philip Treacy, y la influencia de su buena amiga, la excéntrica aristócrata y estilista Isabella Blow.
Su melena rubia se convirtió en bouffant en blanco y negro, mitad novia de Frankestein mitad Cruella DeVil, sus hombreras llegaron al tamaño de puertas de la regencia, y sus pies desaparecieron en zapatos de McQueen que desafiaron toda ley de gravedad.
]Hubo colaboraciones de David LaChapelle y Steven Klein, un par de grabaciones musicales, campañas publicitarias, y una serie de performances artísticas entre las que se incluyó, en mayo del 2011, su aparición en las vitrinas de Barneys New York mientras se vestía para la gala del MET, a la que partió luego a bordo de un descapotable subiendo por Madison Avenue.

Según dice, la gente tiene una percepción distorsionada de quien es ella, la imagen no es lo mismo que la realidad. Pero la realidad tampoco tiene mayor importancia para ella. Lo importante es el arte, y los artistas, asegura Daphne, son capaces de crear su propia realidad.

Veamos si somos capaces de crear la nuestra.
BONUS TRACK: Mi video de la exhibicion de la coleccion de alta costura de Daphne en el Fashion Institute of Technology in 2011


PRIVILEGIO

Privilegio es: a)      El nombre del nuevo perfume de Antonio Banderas b)     Algo que la primera dama de Chile piensa q...